Francisco Cairo:
Burga y el popó sucio

“Solo huyen los que tienen miedo o los que tienen el popó sucio”. La
frase salió de la boquita de Manuel Burga hace algunos años, cuando declarar en
la Dirincri o el Congreso era una pichanga para el entonces presidente de la
FPF. El hombre más odiado de la historia de nuestro fútbol perdía todos los
campeonatos sin sonrojarse, pero la mataba de pecho y definía de tijera si
tenía que enfrentarse a los ‘sabuesos’ de la Policía o a los parlamentarios
figuretis que intentaban acorralarlo con algún documento incriminatorio.
Blindado por el escudo de la FIFA y premunido de una batería de triquiñuelas
legales, el ex dirigente sorteó obstáculos y desactivó denuncias con una
habilidad que nunca mostró para gestionar el balompié nacional. El chiclayano
se sentía intocable detrás de esa barba color ceniza que le gustó llevar en los
últimos tiempos. Y así lo hizo saber más de una vez, con ese aire petulante que
despertaba tanto rechazo en un hincha cansado de los fracasos y del caos que su
figura representaba. Ahora que pesa sobre su espalda una inminente extradición
a Estados Unidos, por su presunta participación en el FIFA Gate a través del
cobro de sobornos, Burga se ha defendido con el mismo lenguaje articulado que
empleó para afrontar sus líos de entrecasa. Pero esto no se trata del irregular
manejo de la Escuela de Entrenadores; de la escandalosa amnistía al Sport
Áncash de su aliado Mallqui; de sus amarres ventajistas con los presidentes de
las Departamentales para perpetuarse en el poder sin un mínimo de vergüenza o
del ‘pasapiolismo’ que instauró como estilo de gobierno mientras fue amo y
señor de la Videna. Impune en el Perú durante 22 años de mediocre y poco
transparente ejercicio dirigencial –por suerte ya interrumpido–, la justicia
internacional ha golpeado a su puerta y esta vez, así quisiera, no hay manera
de huir. Pronto sabremos si Burga tenía el popó sucio. Lo que es yo, no
apostaría por su inocencia.
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