La campesina
Seferina Castro fue esterilizada cuando tenía dos meses de embarazo

TESTIMONIO ESCRITO. Ante el indignante abuso, se presentó
ante un juez del distrito cusqueño de Colquepata y denunció que la condujeron a
la fuerza a la posta del Ministerio de Salud para ligarle las trompas, en 1997.
Nunca consiguió que le hicieran justicia. La evidencia documental cuestiona a
los que niegan que se cometieron atrocidades durante la ejecución del plan
fujimorista de control de natalidad.
Creyeron que por su condición de quechuahablantes y analfabetas, ellas se
quedarían calladas para siempre y todo quedaría enterrado en el olvido. Pero no
hay crimen perfecto. Seferina Castro Huamán, a diferencia de sus vecinas de
Colquepata, Cusco, resolvió denunciar ante las autoridades que le ligaron las
trompas brutalmente sin su consentimiento, en 1997. Aguijoneada por los dolores
a causa de la intervención quirúrgica, estimulada por su fe adventista, se
presentó al Juzgado de Paz de Colquepata sin saber que el gobierno de Alberto
Fujimori controlaba todos los poderes del Estado y la maquinaria bajo su
control ahogaría la protesta de la mujer campesina. Pero el documento de la
acusación sobrevivió al tiempo y ahora es un baldón para quienes subestiman o niegan
los hechos.
El 11 de julio de 1999, doblándose de dolor, Seferina Castro se presentó
ante el Juzgado de Paz de Colquepata para dar cuenta de la grave situación en
que se encontraba. La habían esterilizado en la posta médica en condiciones
infrahumanas y ahora no tenía fuerzas para trabajar y dar de comer a sus hijos.
En el campo, padre, madre e hijos son mano de obra desde pequeños.
Los que esterilizaron a Seferina Castro ni siquiera se tomaron la
molestia de verificar si la mujer se encontraba en estado de gestación. Tenía
dos meses de embarazo. No les importó. La prioridad era cumplir con la campaña
promovida por el Ministerio de Salud fujimorista.
Dice el documento:
Que la señora compareciente indica haber sido ligada por el personal del
Puesto de Salud de este Distrito en el año de mil novecientos noventaisiete,
luego después de esta ligadura de trompa dio a luz a mi menor hijo (…) En esta
comparecencia debo de indicar que esta ligadura de trompa me (la) hicieron sin
mi consentimiento, ni tampoco mi esposo Julio Amao Jalanocca estaba de acuerdo.
A LA FUERZA
Seguidamente, describió el sistema de captación del personal de la posta
médica para esterilizar a las campesinas, con el apoyo logístico de la
municipalidad distrital de Colquepata:
En la camioneta de la Municipalidad hicieron traer a varias señoras de
(la comunidad de) Tocra, (ubicada) en este Distrito. A ella (la) buscaron por
las calles (y) la llevaron al Puesto de Salud para practicarlo la ligadura de
trompas. (…) (Ignoro si es o no como consecuencia de la operación), pero a la
fecha me vienen flujos de color amarillento, al mismo tiempo que tengo
malestares y ardores desde la vagina hasta la barriga.
Seferina Castro pedía que los médicos del puesto de salud de Colquepata
la tratasen para mejorar su estado y atender a sus hijos. No reclamaba nada
extraordinario sino una compensación médica para recuperar el aliento y
trabajar.
Jamás le respondieron.
Su denuncia y reclamo fueron
ignorados.
Era la regla del gobierno
fujimorista.
Encontramos a Seferina Castro Huamán 18 años después que le rompieron la
vida en un puesto de salud nauseabundo donde la esterilizaron cuando estaba
embarazada. Tenía 36 años y vivía en la comunidad de Tocra cuando la operaron.
Así lo relató:
Yo vi cómo traían en el carro de la municipalidad al Centro de Salud de
Colquepata a las mujeres de mi comunidad. Habían ido a mi casa a las 12 de la
noche los enfermeros Peter, José y Hernán. Ya habían ido muchas veces antes,
insistían e insistían. Yo los puedo reconocer ahora. ‘Como la uña te vamos a
cortar, no dolerá nada y todo va a estar mucho mejor’, me dijeron. Yo tenía
seis hijos, me dijeron que si tenía más yo era la que iba a sufrir y no mi
marido. Yo les dije que no quería porque había consultado a mis pastores (de la
iglesia adventista), y ellos me dijeron que ligarse era malo. Me respondieron
que yo era una rebelde. Que tenía que obedecer las órdenes del gobierno. Que
obedeciera o me iba a la cárcel. Le hicieron firmar a mi esposo un papel a la media
noche diciéndole que no iba a pasar nada malo. Él no quería, pero le obligaron
diciéndole que si no firmaba iría a la cárcel.
Seferina Castro se negó a la intervención quirúrgica. Como hicieron
varias vecinas de la comunidad de Tocra, huyó para evitar ser conducida a la
inmunda sala de operaciones del puesto de salud de Colquepata. Pero, como si de
una cacería humana se tratara, y con apoyo de la policía, los enfermeros de la
posta la capturaron y operaron. Cuando llegó al establecimiento, encontró una
escena copiada del infierno.
Yo logré escaparme del Centro de Salud, pero me atraparon los enfermeros
Alicia, Peter y Hernán. Me agarraron de las dos manos y empujándome me trajeron
de vuelta. Me encerraron en un cuarto y vi por la ventana que una mujer estaba
con las piernas arriba. Me desesperé porque pensé que me iban a hacer lo mismo
ahí. Vi una sala grande también donde estaban muchas mujeres tiradas en el
suelo. Unas estaban hablando, a otras les salía espuma por la boca. Levantaban
la cabeza y se caían. Yo les decía a los doctores: ‘¡No quiero que me hagan
nada, nada, nada! ¡Suéltenme, por favor!’.
La enfermera Patricia me puso una inyección (la anestesia) y ya no
recuerdo más. Desperté y me dolía mucho la barriga. No podía alzar mi pierna.
Fue un trance difícil convencer a
Seferina Castro, como a las otras mujeres víctimas de las esterilizaciones,
para que recordaran el trágico episodio que vivieron hace casi dos décadas. Son
sobrevivientes de una política estatal de control de la natalidad impuesta
violentamente. No querían recordar no solo por el dolor sino también porque se
trata de un terrible acto de injusticia. La única forma de restañar las heridas
es con la sanción a los responsables prevista por la ley.
Seferina Castro es ágil, jovial, luchadora, positiva. Con una sed de
justicia que a cada segundo se aviva más y más. Cree firmemente que algún día
se hará justicia.
PROTESTA INCANSABLE
Y, sin embargo, Seferina Castro se quiebra, llora con sollozos profundos,
cuando recuerda la espantosa experiencia que sufrió. Dijo:
Después de la operación, seguía con dolores y me fui al hospital de
Urubamba donde me hicieron una ecografía. Tenía tres meses de embarazo. Cuando
la enfermera Alicia se enteró, me dijo que me harían abortar. Ahora mi hija
tiene 17 años. Nieves se llama. Ellos no pudieron negarle la vida. Yo le dije a
mi esposo que me llevara al juez para denunciar lo que me hicieron. No les di
permiso para que me operaran. No puedo alzar mi pierna. ¿Por qué me hicieron
esta desgracia? Los denuncié. Tengo los papeles.
Seferina Castro tiene ojos brillosos y expresivos. Es entusiasta y
persistente. Lo comprobamos cuando por más de dos horas buscaba su denuncia sin
señales de agotamiento o renuncia. Decía: “Tienen que tener la denuncia, ya la
vamos a encontrar, yo busco por aquí, ustedes por allá, sigamos, sigamos, que
sepan de mi denuncia para que no digan luego que inventamos”. Es rápida, amable
y segura al hablar. Finalmente encontró el expediente de su caso. Mudo testigo
de cómo funciona la justicia peruana, nunca tramitaron su protesta. Y eso la
encoleriza, la enerva, la enfurece.
Y llora para desatar su impotencia.
Dijo Seferina Castro, comunera de Tocra:
La denuncia ha quedado en nada. Cuando me encontraba muy grave por los
dolores hice la denuncia. Ha quedado en nada porque no tenía dinero para que
continúe la investigación y sobre todo porque el juez de paz me había dicho que
mejor no haga nada porque era peligroso para los médicos del centro de salud.
‘Mejor ahí no más que quede’, me dijo. Frustrada, triste, adolorida, ya no pude
hacer nada más.
Ahora existe la posibilidad de que los instigadores y perpetradores
respondan ante la justicia.
Rufina: “Después
que nos operaron
amanecimos tiradas sobre el suelo”
Rufina Supho Flores, de la comunidad de Roquechira, también del distrito
de Colquepata, fue maltratada con la misma modalidad que sufrió Seferina Castro
Huamán. Incluso participaron los mismos personajes.
“Llegaron a mi casa los enfermeros Alicia y Hernán. Ambos me dijeron que
el domingo tenía que llevar a la posta de Colquepata a mi hijo para que se
vacunara. A mis 3 vecinas le dijeron lo mismo. Cuando llegamos a la posta, nos
encerraron. ‘¡Están pariendo como chanchos!’, gritaban”, recuerda.
“Me quitaron la ropa, me pusieron una bata y me subieron a una camilla.
Los que nos operaron eran médicos y enfermeros venidos de otras partes, Alicia
y Hernán eran los que nos captaban de las comunidades”, explicó.
“Después que nos operaron, todas amanecimos tiradas en el suelo, como
animales. Nos regresaron a una ambulancia y nos dejaron en la carretera. A pie,
recién operadas, regresamos a casa. Ni una pastilla nos dieron”, recordó,
amargamente.
Melissa Goytizolo – La Republica
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