Mario Vargas Llosa: “Que la muerte me pesque escribiendo mi mejor libro”
El nobel peruano habla de su pasión por la literatura, el
trabajo que le costó escribir sus novelas y el afecto que les tiene. Sobre
política y el deseo final de que la mejor obra esté por escribirla. Esta es la segunda parte de la entrevista concedida a El País.

En 1990 tuvo un incidente público importante, perdió las
elecciones en el Perú. Entonces hizo unas declaraciones en la revista Paris
Review que siempre me llamaron la atención: “Me niego a admitir la posibilidad
de que ya he dejado atrás mis mejores años y no lo admitiré ni aunque me viera
enfrentado a las evidencias”. El periodista luego le pregunta por qué escribe y
usted contesta: “Escribo porque soy desdichado. Escribo porque es una manera de
combatir la desdicha”.
Es una gran injusticia decir que soy desdichado, la
vida ha sido muy generosa conmigo, me ha dado cosas maravillosas como, por
ejemplo, poder dedicarme a escribir, poder dedicar mi vida a lo que me gusta,
lo mejor que le puede pasar a una persona. He tenido muchísimas experiencias
maravillosas. No soy desdichado, lo que ocurre es que nadie que no sea un tonto
es feliz siempre, es imposible ser feliz siempre, pero creo que he vivido más
momentos de felicidad que momentos de dolor y de sufrimiento, sin ninguna duda.
Creo que estoy llegando a los 80 años en un estado realmente maravilloso de
vida, de vitalidad, abierto al mundo, viviendo experiencias riquísimas que me rejuvenecen
y que, sobre todo, me dan una gran fuerza para hacer proyectos como si no
hubiera límites. Es lo mejor que le puede ocurrir a una persona.
A medida que ha pasado el tiempo, sus libros han ido siendo
más luminosos y más aventureros, tanto los de ficción como los de no ficción.
Quizá puedo vivir ahora más aventuras con la
imaginación, con la fantasía que en la realidad. Tengo ciertas limitaciones que
impone la edad, pero la verdad es que, a pesar de ello, procuro también no
quedarme inmóvil ni intelectual ni físicamente, es importante moverse, siempre
me estoy moviendo y voy a seguir moviéndome mientras pueda.
Quería decir que en La ciudad y los perros, en La casa verde
y sobre todo en Conversación en La Catedral, Mario Vargas Llosa analiza o mira
la realidad con cierta melancolía, como se dice al principio de Conversación en
La Catedral. Y en esos libros hay como una lucha del autor por narrar por qué
no le gusta la realidad que ve. Sin embargo, luego ha estado en la Amazonía, en
Congo, ha buscado a Paul Gauguin, ha buscado en la aventura de otros también la
aventura propia.
Sí, eso es muy exacto, he buscado en la aventura de otros la
aventura propia, experiencias que desde luego me hubiera gustado vivir. Muchos
de los personajes históricos que aparecen en mis novelas son personajes que de
alguna manera me habría gustado encarnar, no solo buenos, sino malos personajes
también en lo que representa vivir un poco en los límites, más allá de los
límites, rompiendo los límites. Es un tipo de personaje que siempre me ha
fascinado en la literatura y desde luego en mis propios personajes hay un eco
de esa actitud. Pero la gran aventura de mi vida ha sido la literatura, sin
ninguna duda, no solo lo que he escrito, sino lo que he leído. La lectura, experiencia
fundamental para mí, me ha hecho vivir de una manera maravillosa, y por eso veo
con cierta angustia la posibilidad de que la lectura pudiera ir, no
desapareciendo, pero sí empobreciéndose cada vez más, llegando a menos gente.
La lectura ha sido una fuente tan rica de goce, de placer, justamente de vivir
las vidas intensas de la aventura, que se cegaría una fuente fundamental de la
vida si la lectura pasara a ser en el futuro una actividad de minorías, de
catacumbas.
Aquellos libros primitivos tan densos y preocupados por la
realidad, sobre todo Conversación en La Catedral, La casa verde o La ciudad y
los perros, ¿cómo le dejaron como ser humano?, ¿cómo le hicieron como persona?
Son libros que me hicieron madurar mucho, entender mejor el
mundo en el que vivía. Esa es una de las funciones que tiene la literatura; la
que escribes y la que lees te sitúa mucho mejor en el mundo, no digo que te dé
seguridades porque a veces te da muchas incertidumbres, pero creo que entiendo
mucho mejor el mundo gracias a aquello que he leído y a aquello que he escrito
que antes de que leyera o escribiera ciertas cosas. Te da una cierta
perspectiva sobre la realidad, sobre la experiencia humana; también sobre la
vida política y la sociedad que no necesariamente se traduce en conformismo,
pero sí en una comprensión mayor, más cabal. Y quizá una menor intransigencia
que la que tienes cuando eres joven frente a esa cosa compleja, diversa, que
son las relaciones humanas. Espero que también se haya reflejado en lo que
escribo, es desde luego una actitud mía frente a la vida, soy menos intolerante
que cuando era joven, quizá porque veo que las cosas son menos terribles desde
el punto de vista social y político en mi propio país, en América Latina, de lo
que eran cuando yo era joven. Cuando era joven tenía la sensación de que no
había salida y esa desesperación está muy presente en La ciudad y los perros;
quizá en Conversación en La Catedral también hay un pesimismo muy profundo que
ya no tengo ahora. Cuando salí del Perú, en 1958, sí lo tenía, quería escapar
como de una especie de cárcel perpetua de la que si no salía, jamás iba a ser
un escritor, jamás iba a tener la posibilidad de la felicidad. Esa actitud no
la tengo ahora, ha habido y hay un progreso en el Perú y en América Latina,
estamos muy lejos de alcanzar lo ideal, por supuesto, pero sin ninguna duda ha
habido un progreso, y creo que en el mundo también.
En El pez en el agua se advierte esa melancolía cuya
escritura coincide con el momento en el que intentas ir a Perú y sin embargo…
…porque El pez en el agua es un libro testimonio de un
fracaso. Hubo una oportunidad, una movilización de muchísima gente para hacer
un gran esfuerzo de modernización del país, y fracasamos. Fracasamos en una
campaña electoral, pero eso no quiere decir nada, a la larga Perú ha avanzado.
Muchas de las ideas que defendimos quienes nos embarcamos en esa aventura del
Movimiento Libertad y el Frente Democrático han prosperado, si no exactamente
como nosotros lo proyectamos, sí poco a poco, han ido siendo aceptadas por la
propia sociedad, la sociedad se ha movido en esa dirección y ha habido
progresos indiscutibles, en Perú se vive mucho mejor hoy que en la época de la
dictadura. Lo que ocurre en Perú ocurre en la mayor parte de los países de América
Latina, sin engañarse respecto a los enormes problemas, pero es preferible
tener Gobiernos democráticos, aunque sean corruptos, que dictaduras, que son
también siempre corruptas y además más brutales y sanguinarias. Es preferible
ir avanzando poco a poco y renunciar a la idea de la utopía social si la utopía
social solo nos ha traído guerras civiles, represiones brutales y Gobiernos
dictatoriales. En todos esos sentidos hay un progreso en América Latina y en el
mundo, aunque han surgido enormes desafíos, enormes problemas. Eso es la vida,
la vida va a ser siempre eso y no va a cambiar. Y tenemos también la
literatura, que creo que es la mejor manera de mantener viva la esperanza, el
espíritu crítico, y un refugio maravilloso para cuando nos sentimos solos,
deprimidos, desmoralizados, derrotados. La literatura nos redime, nos salva.
Hay que defenderla para que no desaparezca.
En muchos textos suyos se advierte una actitud bastante
flaubertiana, referida a su falta de talento, según usted, que ha tenido que
luchar para hacer…
Es una más de las cosas que yo le debo a Flaubert, el haber
demostrado que si no tenías un talento natural, que si no nacías genio, podías
llegar a ser un buen escritor a base de perseverancia, de terquedad y de
esfuerzo. Es la gran lección de Madame Bovary, una novela escrita por un hombre
que al mismo tiempo que escribe va conquistando y construyendo milímetro a
milímetro su genio, con un esfuerzo gigantesco a base de voluntad, de
terquedad, de trabajo. Esa es la gran enseñanza. Era un gran pesimista, un
escéptico terrible, pero nos demostró que el genio se podía construir si no lo
tenías. Una lección absolutamente fundamental para mí.
Lo cierto es que los primeros libros grandes también parecen
un ejercicio de estilo para demostrarse a usted mismo que lo puede hacer.
Un esfuerzo enorme. Siempre tengo la idea de la novela
total, la novela como una obra de arte en la que la cantidad es un factor
esencial de la calidad, y que mientras más niveles de realidad se expresan en
una novela, mayor es la posibilidad de que la novela sea mejor. Sí, he
trabajado muchísimo y creo que está muy presente a lo largo de todo lo que he
escrito, pero en literatura no hay reglas fijas y las excepciones son tan
importantes como las reglas. Puede haber una pequeña obra que simplemente
muestre un fragmento mínimo de realidad y que la muestre con tanto talento, con
tanta belleza e intensidad que esa obra sea una gran obra. La metamorfosis es
un libro absolutamente genial, o El viejo y el mar, y son pequeñas historias,
pero que tienen esa capacidad de simbolizar la condición humana, aquello que de
mejor hay en el ser humano. O también lo peor. Sí creo que la novela total es
un ideal, pero de ninguna manera el único ideal en literatura, hay pequeñas
obras maestras que lo son.
¿De veras a estas alturas sigue creyendo que no tiene
talento?
No tengo talento natural, me cuesta trabajo escribir, cada
vez me cuesta más, supongo que porque el sentido autocrítico se ha agudizado
con los años y la práctica, pero me cuesta un trabajo enorme. El practicar
tantos años la literatura no me ha dado más facilidad, más seguridad, en
absoluto; cuando comienzo una historia tengo la misma inseguridad, esa especie
de indefensión que sentía cuando escribía mis primeros textos. Eso no ha
cambiado, felizmente, porque creo que ese esfuerzo te exige una convicción, una
pasión que ojalá nunca se me acabe. Para mí nunca ha sido algo mecánico
escribir, ni siquiera un texto pequeño ni los artículos que escribo, siempre me
vuelco de una manera íntegra, total, en lo que trabajo.
En algunas de sus declaraciones y en textos escritos por
usted hay una competencia entre dos grandes libros suyos, Conversación en La
Catedral y La guerra del fin del mundo. A veces parece que entre los libros
suyos que no quemaría estaría Conversación en La catedral y otras veces La
guerra del fin del mundo.
Son de los que más trabajo me ha costado escribir, muy
difíciles de escribir por distintas razones, por la historia, por dónde estaban
situadas, por el contenido histórico, me han costado un esfuerzo enorme. Es muy
difícil para un escritor decir qué libro de los suyos salvaría porque todos han
representado un periodo de vida, de dedicación, de entrega y de ilusiones, es
como pedirle a alguien que elija entre sus hijos a quién salvaría o mataría. No
puedes decidirlo con objetividad, es imposible; cuando cito esos libros es
simplemente por el esfuerzo que me costaron y el tiempo que les dediqué, lo que
no quiere decir que sean los mejores que he escrito, no necesariamente.
¿Sería legítimo pensar que el tiempo tanto como la realidad
han afectado a esos libros?
Cuando sale, Conversación en La Catedral tiene muy pocos
lectores, es la realidad; algunos críticos lo elogian, pero muchos no, piensan
que es excesivamente oscuro, difícil, que plantea demasiado esfuerzo al lector.
Sin embargo, la alegría que a mí me ha dado es que ha sido un libro que ha ido
conquistando lectores poco a poco y que es una novela que está viva porque siempre
se reedita, incluso los críticos tienen ya una opinión favorable. Me alegro
mucho, sin ninguna duda es uno de los libros que más trabajo me costó escribir
y en el que estuve trabajando al principio como a ciegas, sin saber cómo iba a
poder integrar toda esa materia anecdótica que tenía. Por eso digo que si tengo
que quedarme con uno, quizá me quedaría con él.
Podríamos pensar que es un libro heredero de ese momento
literario que hay alrededor de su escritura.
Seguramente, los libros te reflejan también la época en que
se escriben. Hay un momento de idolatrías en América Latina, la de los
escritores latinoamericanos con las formas, precisamente para distinguirse de
los escritores anteriores que desdeñaban tanto la forma y pensaban que era el
tema lo que determinaba el éxito o fracaso de una historia. Mi generación
descubre que no, que es la forma lo que determina el éxito o fracaso de una
historia. Ese engolosinamiento con la forma, con el lenguaje, con la
estructura, la organización del tiempo de una historia, se refleja mucho en La
casa verde. De ninguna manera rechazo esa novela, pero es una novela en la que
creo que la forma es un personaje, un tema de la historia, y es el único caso
entre todas las cosas que he escrito del que se pueda decir eso.
¿Cree que uno no sale indemne de una gran novela? Una frase
que no sé si es suya o de Hemingway.
No sé si es mía, ojalá lo fuera, me parece muy bonita, es la
pura verdad. Creo que uno no sale indemne de una novela. Leer El Quijote, Los
miserables, Guerra y paz, Madame Bovary te transforma… Han sido experiencias
absolutamente fundamentales. Antes seguramente haber leído La condición humana,
de Malraux, un libro que creo está muy injustamente descuidado, considerado más
bien menor, creo que es una de las grandes novelas del siglo XX, la he leído
varias veces. Y no solo novelas, he leído libros de crítica; ensayos como La
estación de Finlandia, de Edmund Wilson, lo he leído dos o tres veces y creo
que me ha marcado enormemente por la extraordinaria vitalidad que tiene. Es un
ensayo sobre cómo nace la idea socialista, en qué se transforma, qué fenómenos
sociales y culturales genera. Es un libro en el que las ideas son como
personajes, seres de carne y hueso que viven aventuras, tienen efectos
sociales, políticos, maravillosamente escrito. Me ha marcado mucho. También
ciertos ensayos de Bataille, como La literatura y el mal, un libro que leí en
estado de trance porque me reveló un aspecto de la literatura que yo creo que
existe y que Bataille vio maravillosamente: que en la literatura se expresa
algo que solo se puede expresar en la literatura. Él decía que esos fondos
reprimidos que permiten la vida en sociedad, todo aquello que si tuviera
derecho de ciudad provocaría hecatombes, catástrofes, haría que nos matáramos
todos, ciertos instintos, deseos que están ahí y no podemos erradicar sumidos
en el fondo de nuestra personalidad, encuentran en la literatura un camino
privilegiado para expresarse. Me pareció tan absolutamente exacto que estoy
seguro de que ese ensayo me ha enriquecido, se debe expresar en lo que escribo
aunque yo mismo no sea consciente de cómo.
Durante sus primeros escritos sobre sus influencias
literarias ha ido nombrando siempre a los mismos, Faulkner, John Dos Passos…
…Sería muy injusto que no los nombrara.
Quiero decir que ha sido muy consistente, incluso Sartre, al
que abandonó, pero que sigue estando ahí. ¿Se ha diluido ya toda esa influencia
y ahora hay un estilo Vargas Llosa? ¿Se siente el titular de un estilo?
No, en absoluto, y si lo tuviera, no podría darme cuenta de
en qué consiste. Borges dice que cuando te miras en el espejo no sabes cómo es
tu cara. Es muy exacto, cuando escribes no sabes cómo escribes, lo sienten los
lectores, los críticos, pueden establecer diferencias, similitudes, pero uno
mismo es totalmente incapaz de hacerlo. No podría juzgar mi obra en comparación
con otros, no tengo distancia con mi obra, mi obra es lo que yo soy y yo no sé
exactamente cómo soy.
¿Cree que ya ha hecho lo que tenía que hacer?
No. Todavía no, y espero seguir haciéndolo (risas), espero
que mi mejor libro sea el próximo que escriba, que no esté atrás, sino por
delante, que sea un desafío y que la muerte me pesque escribiendo mi mejor
libro. Ese es mi gran sueño.
Ha escrito un libro fundamental, El pez en el agua. Las dos
situaciones que describe en ese libro, su juventud y su aspiración a ser
presidente del Perú, terminan de la misma manera, en un viaje a París. Ahora ha
cambiado de vida, ha terminado un libro, ha muerto una de sus grandes amigas,
Carmen Balcells…
… y no solamente amiga, una persona que ha sido
fundamental en mi trabajo y en mi vocación. Ha sido fundamental en la vida
cultural y literaria de mi lengua, de España y de América Latina, y a la que
estoy seguro de que en un futuro tendremos que rendirle muchos homenajes.
Termino. ¿Siente como que está en medio o a punto de uno de
esos viajes que narraba en El pez en el agua?
Pues estoy viajando, creo que el viaje ya lo he
emprendido, lo estoy haciendo, mi vida privada ha sufrido una especie de
transformación muy profunda, soy inmensamente feliz porque es una experiencia
que me ha enriquecido extraordinariamente y lo único que lamento es que la
felicidad se consiga muchas veces causando infelicidad a tu alrededor. Desde
luego que eso lo lamento muchísimo, pero me siento muy ilusionado, realmente
muy rejuvenecido, y tengo mucha esperanza de que en el futuro esto tenga un
efecto no solo en mi vida privada, sino también, y fundamentalmente, en mi
trabajo de escritor.
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