Mario Vargas
Llosa:
“Llego a los 80 en un estado maravilloso”
Mario Vargas Llosa. El
Nobel peruano acaba de terminar su novela Cinco esquinas, con la que vuelve una
vez más a escenarios de Lima. En la siguiente entrevista ofrece detalles de la
misma, y además habla del momento personal y creativo que actualmente está
viviendo.

Este es
Mario Vargas Llosa de cuerpo entero, el escritor de ficciones y el hombre. En
marzo cumple 80 años; su vida personal ha conocido una transformación radical
que incluye una nueva relación sentimental que ha dado más que hablar de lo que
él hubiera imaginado nunca, y ahora anuncia su editorial, Alfaguara, que cuando
el Nobel de Literatura peruano cumpla aquella edad saldrá a la calle en todo el
mundo de habla española su último libro, la novela Cinco esquinas.
En esa obra,
como en Conversación en La Catedral o en La ciudad y los perros, Vargas Llosa
regresa a su tierra, Perú, el fundamento de su narrativa y el gran pesar y el
gran gozo de su corazón y de su memoria. Esta entrevista versa sobre los temas
capitales de su escritura, para qué le ha servido y le sirve escribir, y sobre
aspectos actuales de su vida personal. Se la concedió a EL PAÍS, el periódico
en el que colabora desde hace años, el pasado domingo a mediodía, en el
apartamento en el que vive en Nueva York, donde da clases en la Universidad de
Princeton.
Antes y
después de la conversación, que aquí se transcribe tal como fue y enteramente,
el personaje y la persona se juntan en un ejercicio extraordinario de memoria,
de pequeños detalles, de historias que describe, oralmente, con la precisión
que luego se conoce por la extrema eficacia narrativa, descriptiva, que hay en
su obra completa. Por eso la primera pregunta va sobre su memoria.
¿De dónde le viene esa capacidad para
recordar tantas cosas?
No creas,
recuerdo las cosas que tienen que ver con mi trabajo, las muy personales o
familiares, y olvido muchísimas más de las que recuerdo, a todos nos pasa. Sí,
me he dado cuenta de que recuerdo bastantes imágenes, episodios que se
convierten luego en materia prima para mi trabajo.
¿Cómo funciona eso?
De una
manera totalmente inconsciente. Como todo el mundo, vivo toda clase de
experiencias, pero hay algunas que la imaginación rescata, preserva, y de
pronto de esas imágenes empieza a surgir una especie de fantaseo, pero sin yo
darme cuenta. Hasta que de pronto me doy cuenta de que he estado trabajando
inconscientemente en alguna pequeña historia, muy embrión de historia, a partir
de algún hecho vivido, oído o leído.
Siempre me
ha parecido muy misterioso ese comienzo de todas las cosas que he escrito, por
qué ciertos hechos tienen esa facultad de encender la imaginación, poner en
movimiento la fantasía. Seguramente es porque esas experiencias tocan algún
centro vital muy importante, pero que está hundido en el subconsciente. Nunca
he sabido exactamente por qué ciertas experiencias tienen esa facultad y por
qué tantísimas otras no.
¿Qué centro vital cree que es ese?
No sé,
probablemente si lo supiera, el mecanismo no funcionaría con esa naturalidad.
Tiene que ver con algunos hechos clave que constituyen la personalidad, la
fuente de lo que es la psicología de un personaje. Lo que sé es que siempre ha
ocurrido así, siempre es algo vivido el punto de partida de la fantasía, de la
imaginación que está detrás de las novelas, de las historias. De las obras de
teatro también. Creo que no de los ensayos; los ensayos son mucho más
racionados, eliges los temas sobre los que quieres escribir, pero en el caso de
la ficción no eliges, los hechos eligen a la persona y le empujan en
determinada dirección. Aunque a partir de entonces empieces a trabajar con una
gran libertad, creo que el punto de partida no es libre, es algo que la
realidad impone a través de la experiencia vivida.
En su caso, la realidad tiene que ver
muchas veces con su propia juventud o infancia, pero también con la realidad
peruana.
Sí, sí, los
años de formación de la personalidad son los años de la juventud, esos yo los
viví en Perú y son los que más me han marcado. Mis primeros 10 años los pasé en
Bolivia, una época que yo recuerdo como totalmente feliz, y jamás se me
ocurriría contar una historia inspirada en unos hechos de esos años, tal vez
porque fui feliz, porque viví sin ningún tipo de traumas.
Creo que las
experiencias traumáticas son mucho más fecundas para un escritor, por lo menos
para un escritor moderno, que las experiencias felices. Las experiencias que
para mí son más fecundas desde el punto de vista literario tienen que ver con
conflictos, traumas, con momentos difíciles, con algún tipo de frustración o
desgarramiento; o también de gran exaltación. No son hechos convencionales,
esos hechos que no dejan mayor huella en la memoria; son hechos más bien
conflictivos y muchas veces traumáticos.
¿Ese es el caso de Cinco esquinas?
El caso de
Cinco esquinas es muy interesante; a diferencia de otras historias, no tengo
muy claro cómo se fue insinuando en mí la idea de esa novela. Comenzó con una
imagen más bien erótica de dos señoras amigas que de pronto, una noche, de una
manera impensada para ambas, viven una situación erótica. Como era una imagen
que me perseguía, empecé a escribirla, y ese fue el punto de partida. Luego se
fue convirtiendo en una historia policial, casi en un thriller, y el thriller
se fue transformando en una especie de mural de la sociedad peruana en los
últimos meses o semanas de la dictadura de Fujimori y Montesinos, en un momento
en que el sistema que habían construido comenzaba a descalabrarse por todas
partes.
Y en medio
de una gran violencia, una violencia múltiple por el terrorismo; también por la
violencia de la represión policial y militar y el gran desconcierto, desánimo
psicológico y político colectivo e individual que vivía Perú. Y eso es lo que
ha resultado. Cinco Esquinas fue un barrio importante de Lima; en él estaban
las principales embajadas, la de Francia, Gran Bretaña y EE UU; un barrio que
en la colonia había tenido una gran vitalidad, quizá las principales iglesias
coloniales de Lima están en Cinco Esquinas. Luego decayó brutalmente, aunque a
comienzos del siglo XX tuvo una especie de apogeo de otra índole porque se
convirtió en el barrio del criollismo, de la música peruana, de los grandes
guitarristas…
Después
continuó su decadencia hasta convertirse en un barrio muy peligroso, con mucho
comercio de narcotraficantes y mucha delincuencia pública. Tanto que la última
vez que estuve en Lima fui dos o tres veces a caminar por el barrio y a plena
luz del día me advirtieron que no debía ir por allí porque era muy peligroso,
porque podía ser asaltado, y que ahí solo estaban seguros los del barrio. Me
pareció que en todo eso había como un símbolo de la sociedad y de la
problemática peruana y me gustó la idea de que la historia se llamase Cinco
esquinas como un barrio que de alguna manera es emblemático de Lima, de Perú y
también de la época en la que está situada la historia.
Perú nunca se disuelve en usted.
No, no, las
experiencias básicas, que son las de la formación de la personalidad, las viví
en Perú. Conocí Perú cuando ya tenía 10 años; antes había vivido en Bolivia y
siempre con la idea de que Perú era mi país, mi patria. Y regresé a un país en
el que en Piura me consideraban un extranjero porque hablaba como un chico
boliviano y los compañeros de colegio se burlaban de mí, decían que hablaba
como los serranitos.
Quienes han leído Cinco esquinas
dicen que tiene una fuerte carga erótica y también…
R. ¡Pues sí,
sí! Una de las caras de la historia es una relación erótica muy fuerte que
seguramente es como un refugio. Cuando no puedes escapar de la realidad por
otros medios, el erotismo es una manera de escapar de la realidad, de no vivir
la realidad que rechazas. Pero si hay un tema en Cinco esquinas que permea, que
impregna toda la historia, es el periodismo, el periodismo amarillo. Fue un
caso muy interesante porque la dictadura de Fujimori, sobre todo con
Montesinos, el hombre fuerte de la dictadura, utilizó el periodismo amarillo,
el periodismo de escándalo, como un arma política para desprestigiar y
aniquilar moralmente a todos sus adversarios.
Él
contrataba periodistas, pagaba órganos de prensa para que aniquilaran
moralmente a los adversarios y críticos. Esto ensució terriblemente el
periodismo, le dio al periodismo una dimensión canalla, vil. En ninguna de las
experiencias dictatoriales que ha vivido Perú el periodismo se había convertido
en un instrumento tan eficaz para acallar y liquidar a la oposición sin hacer
política aparentemente, simplemente descubriendo que los opositores eran escandalosos,
ladrones, pervertidos…
En fin, toda
una serie de calumnias viles impregnaba a quien se atrevía a enfrentar y
criticar al régimen. Ese es uno de los temas centrales de la historia. Al mismo
tiempo también está la otra cara, cómo el periodismo, que puede ser algo vil y
sucio, puede convertirse de pronto en un instrumento de liberación, de defensa
moral y cívica de una sociedad. Esas dos caras del periodismo, que no solo
aparecen en Perú, sino en todos los países y sociedades del mundo, son uno de los
temas centrales de Cinco esquinas.
Usted sufre
ahora el embate del periodismo canalla.
De la
chismografía periodística, sí, sí.
¿Cómo se siente al respecto?
Sabía que
con esta nueva relación habría cierta repercusión de tipo periodístico, pero
nunca en la vida imaginé que tendría esa repercusión continental, que hubiera
semejante especulación periodística en torno. Tanto para Isabel [Preysler] como
para mí ha sido muy, muy pesada en estos últimos meses. Bueno, es una realidad
de nuestro tiempo, me ha permitido conocer un poco mejor un oficio que es el
mío también. El periodismo ha sido central en mi vida, ha sido compañero de mi
vocación literaria desde que era prácticamente un niño, porque empecé a hacer
periodismo cuando estaba todavía en el colegio y nunca he dejado de hacerlo
hasta hoy.
Claro, yo he
conocido sobre todo la mejor cara del periodismo. Ahora me ha tocado vivir la
peor y comprobar que el periodismo como espectáculo no solo está presente en el
periodismo especializado en el escándalo, en la chismografía, sino que el
periodismo más serio se contamina también por esa necesidad contemporánea de
que el periodismo sea entretenido, divertido; que la misión primera ya no sea
informar, sino entretener a los lectores, oyentes o espectadores. Creo que es
una realidad de nuestro tiempo. Y sin darme cuenta esto ha ido impregnando
mucho la historia que escribí, nunca había pensado que fuera una historia sobre
el periodismo ni sobre esta deriva del periodismo moderno.
El libro ha sido impregnado por la
realidad que a usted mismo le ha ido sucediendo.
Por la
realidad vivida, sí, sí. No solamente en los aspectos negativos, también en
aspectos positivos de la experiencia que he vivido, aspectos sumamente
exaltantes, rejuvenecedores, desde luego.
¿Le ha herido todo esto?
¡No, herido
no! Me ha sorprendido mucho y me he visto muy desconcertado con esa trasgresión
de la privacidad. Me mandaron los recortes de una revista en la que me habían
fotografiado cortándome el pelo en una peluquería, saliendo de este edificio al
ir a caminar por las mañanas. ¡Jamás descubrí que había un fotógrafo! Salgo a
las seis de la mañana, y a esas horas ya había un fotógrafo que luego se metió
en la peluquería donde me estaba cortando el pelo. Es sorprendente esa rama de
periodismo que prácticamente nada tiene que ver con el periodismo de
información, de comentario, el periodismo que tiene la vocación de defender o
criticar ciertas cosas. No, no. Se trata de entrar a la privacidad por esa
curiosidad malsana que la privacidad de las personas despierta en muchísima
gente, y quizá en toda la gente, desde la más culta hasta la más inculta.
Una privacidad de toda su familia.
Han seguido
absolutamente a toda la familia, todo el mundo ha tenido que pagar un poco
cosas que hacía yo. Lo siento muchísimo, pero no había manera de evitarlo, y
creo que en la vida presente no hay manera de evitarlo. Una de las
características de la vida presente es que la privacidad ha desaparecido, ya no
existe, hay una tecnología capaz de transgredir la privacidad a todos los
niveles. Esto tiene efectos económicos, políticos, culturales, pero una de las
consecuencias es que lo que entendíamos por privacidad, pura y simplemente, ya
no existe.
En cierto modo le ha venido al
encuentro lo mismo que usted anunciaba en su libro La civilización del
espectáculo.
¡Bueno, pues
me tocó vivirla! Es un libro que escribí porque realmente creo que es un
problema de nuestro tiempo, y de pronto ciertas circunstancias de mi vida
privada han hecho que viviera desde dentro, desde el corazón mismo, La
civilización del espectáculo.
¿Le sirven los libros, la escritura,
para ponerle serenidad a momentos así?
Sí, mucho.
Escribir es un refugio extraordinario para encontrar la paz, la calma en
momentos de gran desasosiego, de incertidumbre. Sí, escribir, encerrarme en el
mundo que estoy tratando de inventar me arranca de la problemática personal y
me hace vivir la fantasía. Mientras estoy escribiendo me siento invulnerable;
cuando dejo escribir, las cosas cambian [risas]. Lo que no quisiera es darte
una idea falsa y decirte que esta época para mí ha sido desastrosa. Por una
parte ha sido muy complicada y muy difícil por muchísimas razones, pero por
otra ha sido una época maravillosa de mi vida y quisiera que quedara muy claro.
Nunca he tenido la exaltación, el entusiasmo, las ilusiones que tengo hoy día a
una edad en la que generalmente ya no hay tantos entusiasmos [risas].
Decía que a esta edad querría estar
con un gran danés e invernar.
¡Quién iba a
decir que iba a estar viviendo una gran pasión y organizando mi vida como si
fuera a vivir eternamente!
A lo mejor vive eternamente
escribiendo.
[Risas].
¡Ojalá!
¿Cómo le ha dejado la escritura de
Cinco esquinas?
Como todos
los libros que he escrito, salvo quizá La casa verde, donde creo que hay un
engolosinamiento exagerado con la prosa, con el medio, con el instrumento. En
todos mis libros la prosa ha tratado de ser funcional, estar al servicio de una
historia y no la historia al servicio de una demostración de tipo retórico. No.
Salvo en La casa verde, quizá ahí sí se pueda decir que la historia sirve tanto
a la forma como la forma a la historia.
En Cinco
esquinas, como en las novelas anteriores, la prosa trata de ser invisible, de
desaparecer detrás de la historia que cuenta para que sea la historia la que
parezca vivir por sí misma. El método flaubertiano, que ha sido siempre el mío.
Pero tenía un problema que resolver: la diversidad que tiene la sociedad
peruana; los peruanos de una clase social encumbrada, los de clase media y los
de un medio popular no hablan exactamente de la misma manera, hay muchas
diferencias y modismos. Hay una naturaleza del lenguaje que expresa clarísimamente
esa situación social, económica o cultural, es algo que he tenido muy presente
y al mismo tiempo he evitado mucho ser folclórico, que la manera de hablar
fuera al final más importante que el propio personaje, que se luciera ya
desprendida del propio personaje.
No, es algo
con lo que siempre estuve en contra y creo que mi generación ha sido una
generación de escritores que reaccionó muchísimo contra eso, la explotación del
color local, contra esa especie de estriptís lingüístico que hacía toda la
literatura criollista, localista. Ha sido un trabajo del lenguaje para que
fuera lo más invisible posible, pero que al mismo tiempo sirviera mucho para
mostrar las diferencias sociales, económicas y culturales de una sociedad tan
compleja y diversa como la peruana.
La gente
puede tener la tentación de pensar que esa excursión erótica que constituye
también la novela es una novedad. Evidentemente, no lo es, porque están Los
cuadernos de don Rigoberto, Elogio de la madrastra, Las aventuras de la niña mala…
Carmen
Balcells, pobre, una amiga tan querida, fue una de las primeras en leer Cinco
esquinas en manuscrito y me preguntó: “¿Las escenas eróticas las has escrito
recientemente o las has escrito antes de…?” [risas]. Le dije que esa era una
pregunta insolente que no le iba a responder. [Risas].
Ni ahora tampoco.
[Risas]. No,
tampoco.
Pero es
cierto que siempre tuvo el erotismo como una línea. La niña mala, por ejemplo.
Cuando
estaba en segundo o tercer año de universidad trabajé como ayudante de
bibliotecario en el Club Nacional, el club de la oligarquía peruana en esa
época, y allí descubrí el erotismo literario en su rama francesa. Lo leí porque
había una colección maravillosa de literatura erótica francesa. En algún
momento, un bibliotecario había adquirido entre otras cosas toda la colección
de los maestros del amor, que dirigió Apollinaire, prologada por él, con muchos
libros anotados por él.
En esa
época, igual que los grandes maestros del erotismo del siglo XVIII, yo llegué a
creer que el erotismo era la fuerza revolucionaria principal de una cultura, de
una época, y que a través del erotismo se podía transformar una sociedad tan
profundamente como con una revolución política. Era una gran ingenuidad, pero
siempre he creído que el erotismo de alguna manera expresa profundamente las
limitaciones, las libertades, las represiones que vive una sociedad.
Sí, el
erotismo ha estado muy presente dentro de lo que es una literatura que ha
tenido mucha fascinación siempre por lo que es la lucha contra las represiones,
los prejuicios, contra esa deformación del ser humano por razones religiosas o
ideológicas. Sí, creo que la libertad se expresa también en la cama, que la cama
es donde se manifiesta el grado de libertad que existe, igual que el grado de
represión, de limitación de los instintos, de los deseos que expresa toda una
sociedad.
Va a cumplir 80 años.
No me lo
recuerdes, por favor. ¡Si eres mi amigo, no sé por qué me lo recuerdas!
[risas].
Sí es interesante constatar que no ha
dejado de trabajar nunca.
¡Ni voy a
parar, ni voy a parar!
¿Recuerda que haya habido algún
momento de bajón en su vida, una interrupción?
Sí, ha
habido momentos de gran depresión que he superado rápidamente y en gran parte
gracias a mi vocación. Mi vocación es la gran defensa que yo he tenido contra
la desmoralización, la depresión. Hace poco he visto en Nueva York la magnífica
exposición sobre Hemingway. Es impresionante comprobar cómo por un lado existe
la cara pública de este personaje, un aventurero, boxeaba, cazaba, pescaba,
corría toda clase de riesgos, daba la impresión de ser un hombre que vivía la
vida en toda su riqueza. Y en realidad te das cuenta de que era una fachada,
que detrás de eso había un hombre desgarrado, con depresiones,
desmoralizaciones, que buscaba en el alcohol una especie de salvación que no
conseguía, que la lucha contra la impotencia, contra la falta de memoria, fue
un drama de los últimos 10 años de su vida y que, al final, acaba matándose
derrotado por esos demonios de los que nunca pudo liberarse.
En un
momento dado, la literatura ya no le sirve, ya no lo defiende, ya no lo redime.
Yo espero que en mi caso nunca llegue ese momento. Al mismo tiempo uno tiene que
aceptar la muerte, no tiene sentido rebelarse contra lo irremediable, pero es
muy importante llegar vivo hasta el final, no morirse en vida, es el
espectáculo más triste que puede dar un ser humano, perder las ilusiones,
convertirse en un ser pasivo. Hay muchísimos casos y no solo de escritores,
pero es el espectáculo que siempre me ha parecido más lamentable. A mí me
gustaría llegar vivo hasta el final.
Recuerdo la
madrugada en la que me dijeron que me habían dado el Premio Nobel de Literatura
porque inmediatamente pensé: “No voy a dejar que este premio me convierta en
una estatua, en una especie de figura de cartón piedra, voy a seguir vivo hasta
el final actuando y escribiendo con la misma libertad con la que escribía antes
de recibirlo”. Existe la idea de que el Premio Nobel te convierte en una
estatua y de que te mueres en vida, ¡pues no!, no ha ocurrido y espero que no
ocurra. Y espero que la muerte llegue como una especie de accidente…
Como decía Alberti, mientras está
conversando.
Eso es. Me
parece la forma ideal de morir, con una vida que hasta el final haya sido una
vida intensa, espléndida.
Juan Cruz - Diario
El País (España)
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