Svetlana
Alexievich: Una cazadora de voces en el silencio
Maestra. Las historias
que ha publicado la periodista ganadora del premio Nobel de Literatura,
Svetlana Alexievich, son retratos de episodios históricos de la desaparecida
Unión Soviética, a partir del testimonio directo de los protagonistas, que no
son otros que ciudadanos comunes. Periodismo y literatura es puro fuego.

“Mis libros
se basan en declaraciones de testigos, en las voces de las personas vivas.
Suelo dedicarme a escribir un libro de tres a cuatro años, pero esta vez me
tomó diez años. Cuando llegué por primera vez a Chernóbil desbordaba de
periodistas y escritores de varios países que pedían información y hacían
cientos de preguntas. Mientras todos tratábamos de relatar lo sucedido de
manera ordinaria y en términos habituales, me convencí de que estábamos ante un
fenómeno completamente desconocido y misterioso. Se trataba de las fallas del
sistema comunista y de cómo se engañaba a la gente. No se les decía lo que
había pasado realmente y cómo debían de actuar en tales circunstancias”,
declaró Alexievich a la publicación estadounidense Dalkey Archive Press, en
2014, cuando fue nominada por primera vez al premio Nobel de Literatura.
Entonces era improbable que un periodista se lo ganara.
En 1890, el
escritor Antón Chéjov hizo un extenuante viaje desde Moscú a la isla de
Sajalín, en el extremo oriental de Asia, donde el imperio zarista había
construido un centro penitenciario en el que supuestamente se reeducaba a los
reclusos más peligrosos. Burló a los celadores y pudo entrevistar dentro del
presidio a decenas de presos y constató que se había impuesto un modelo de
trabajos forzados que en realidad era una forma de exterminio, un modelo que
los estalinistas perfeccionaron bajo el nombre de Gulag, que inspiraron a los
nazis para la construcción de los campos de concentración. La publicación de La
isla de Sajalín (1895), el reportaje de Antón Chéjov, sacudió el mundo y obligó
al Zar a aplicar reformas en el infierno carcelario. De esa tradición
periodística proviene Svetlana Alexievich.
LA VOZ A TI DEBIDA
“Para mí no
eran suficientes las respuestas puramente políticas o científicas. Nadie trató
de profundizar en el problema. Yo podía escribir rápidamente el mismo tipo de
libro como los demás periodistas que llegaron hasta al lugar. Así que elegí un
enfoque distinto. Entrevisté a más de 500 testigos o más, pero se incluyeron
107 en la versión final. Es decir, aproximadamente uno de cada cinco. Busqué
personas que habían sido destrozadas por la tragedia, para que pensaran sobre
lo que realmente había sucedido”, explicó Alexievich, que publicó por primera
vez Voces de Chernóbil en Moscú, en 1997. A los soviéticos nostálgicos no les
gustó el libro porque dejaba en evidencia la inhumana maquinaria comunista.
A la Casa
Blanca y a los jerarcas de las victoriosas fuerzas armadas estadounidenses
tampoco les gustó Hiroshima (1946), el libro del reportero John Hersey, que
rompió el cerco militar para hablar con los sobrevivientes de la primer bomba
atómica lanzada contra una población civil en la historia de la humanidad.
Estaba prohibido el acceso a la zona devastada, pero Hersey incursionó subrepticiamente
y entrevistó a varios hibakushas, los que se salvaron de la muerte y fueron
testigos de cómo el infierno les cayó encima en forma de una bola de fuego. Los
relatos arrojan luz sobre el lado oscuro, cruel, ominoso, de la guerra que los
vencedores preferían ocultar. Alexievich es de la misma raza de periodistas
como Hersey.
La historia
que recogió Svetlana Alexievich en Chernóbil era muy distinta en comparación a
la versión oficial e incluso respecto a lo que informaba la prensa.
“La versión
oficial tiene poco que ver con la manera en que la gente común y corriente mira
los hechos. ¿Qué es lo que siempre buscan las autoridades? Primero que todo, se
esfuerzan por protegerse, como ocurrió con las autoridades de la época de la
explosión nuclear. Tenían miedo, pánico, a que se conociera la verdad. En sus
intentos de protegerse las autoridades engañaron a la población. Por eso la
mayoría sabía poco de lo que sucedía. Aseguraron que todo se encontraba bajo
control, que no existía peligro alguno. Así que los niños jugaban fútbol en los
patios, otros comían helados en la calle, o se divertían en cajas de arena y
había quienes se iban a la playa a darse baños de sol. Cientos de miles de esos
niños murieron o son hoy inválidos. La gente se dio cuenta de que les ocultaban
la verdad. Lo cierto era que nadie los podía ayudar, ni los científicos ni los
médicos”, relató Alexievich, cuyo libro, Voces de Chernóbil, el cuarto de los
seis que ha publicado, es hasta el momento el único traducido al español.
Entre 1964 y
1981, el polaco Ryszard Kapuscinski ejerció como corresponsal de la agencia
estatal de noticias PAP, periodo en el que informó sobre golpes de Estado,
hambrunas, revoluciones, guerras y otras tragedias en el Tercer Mundo. A
diferencia de sus colegas que después de haber enviado el despacho noticioso
del día preferían la comodidad de sus hoteles, Kapuscinski dialogaba mucho con
la gente de los lugares donde recalaba en busca de información que explicara,
por ejemplo, por qué Haile Selassie gobernó 44 años Etiopía mientras que la
población que lo adoraba moría en masa por el hambre (El Emperador, 1978).
Basado en el testimonio de ex funcionarios, empleados y sirvientes de Mohammad
Reza Pahlavi, que gobernó Irán con mano de hierro durante 38 años, reveló el
lado oscuro del régimen que se hizo impopular por sus crímenes y alentó la
revolución islámica que hasta ahora ejerce el poder (El Sha, 1982). Como
Kapuscinski, Svetlana Alexievich siempre conversa con la gente, la principal
fuente de un verdadero periodista.
DE PRIMERA MANO
Todos los
libros de Alexievich son el resultado de una profunda investigación
periodística y el registro de testigos directos en el terreno de los hechos.
Relata las historias como si se tratara de una narración literaria. Esa es la
magia del periodismo de no ficción.
En 1985
publicó dos libros, Los últimos testigos: Historias nada infantiles, que recoge
el testimonio de niños que sobrevivieron a la invasión nazi, y La Guerra no
tiene rostro de mujer, que da cuenta de la participación poco conocida pero
decisiva de las soviéticas durante la Guerra Patria. Continuó con los muchachos
de zinc: Voces de los soviéticos que lucharon en Afganistán (1991), un retrato
coral de los soldados que participaron en el catastrófico “Vietnam soviético”;
Fascinados por la muerte (1994), un relato testimonial de personas que se
suicidaron al derrumbarse la Unión Soviética; y Tiempo de segunda mano (2013),
en el que Alexievich hace un registro de los rusos que soportaron la
transformación del país entre la segunda mitad de los años 90 y la primera
década del nuevo siglo.
Hablar con
la gente que sufrió es muy complicado. Convencerla para que cuente lo que sabe,
es más difícil todavía. Y saber encajar su rabia, su impotencia y su pérdida,
es una tarea titánica para un reportero que busca desentrañar la verdad en
medio del dolor que enmudece.
“Lo que
ocurrió en Fukushima fue un drama similar al desastre de Chernóbil. Visité
Japón poco antes de lo ocurrido en Fukushima. Es una nación diferente con mucho
dominio de la tecnología. Esa vez me dijeron: “Una cosa como Chernóbil solo
podría haberles sucedido a ustedes los rusos. Nosotros en cambio todo lo
tenemos bajo control”. Efectivamente, tenían todo bajo control en caso se
presentara un terremoto de 8,9 de magnitud, pero no para uno de 9,0. La
naturaleza es impredecible. ¿Quién sabía que iba a ocurrir un terremoto de esa
magnitud. Al igual que Chernóbil, el gobierno pretendió convencer a la gente de
que todo estaba muy bien y cerraron el acceso a la información. Igual que en
Chernóbil, los trabajadores de limpieza actuaron como kamikazes. Comenzaron a
morirse. Solo que a ellos les pagaban bien. A los soldados soviéticos los
botaban a la calle a patadas”, arguyó Alexievich ante la periodista ucraniana
Olesia Yaremchuk.
Retratar el
miedo para espantarlo. Contar el miedo para destruirlo. Develar el miedo para
que no se contagie. Svetlana Alexievich, después de seis libros publicados,
está convencida de que todavía le queda mucho trabajo por delante: “Porque el
miedo es una gran parte de nuestras vidas, más, incluso, que el amor”.
Ángel Páez –
La República
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